lunes, 21 de abril de 2014

La hermenéutica y una piscina

Curioso que la gente que crea que tender una cama 
es exactamente lo mismo que tender una cama, 
que dar la mano es lo mismo que dar la mano, 
que abrir una lata de sardinas es abrir 
al infinito la misma lata de sardinas.
Julio Cortázar
Las armas secretas




La hermenéutica es la interpretación; el análisis a los diferentes niveles de un mismo texto; el verdadero significado de la palabra; la intención; el paso de lo concreto a lo abstracto; la abstracción del silencio.

Las grandes tesis sobre la hermenéutica las proporcionó Paul Ricoeur. Dentro de sus teorías prevalece una en concreto: un mismo texto puede ser interpretado de forma diferente dependiendo de quién lo lea y de cuándo lo lea; hasta tal punto que un mismo texto puede ser descifrado de forma diferente por una misma persona, quedando al arbitrio del momento en el que se encuentre. 

Esto es lo que los de la primera literatura libre hemos dado en llamar RAYUELAS y PROBLEMAS DE MATEMÁTICAS. Rayuela, la obra de Cortázar, es una obra que no nos gustó -nadie sabe por qué- en su momento, obra que releeremos seguramente y a la que nuestra experiencia nos ha llevado a menudo. Los propios cuentos de Cortázar, que tampoco nos gustaron demasiado, sirvieron para comprender que la literatura siempre vuelve a tu vida: "cada vez que me expulsan de mi casa, recuerdo 'Casa tomada'".


En cambio, los problemas de matemáticas siempre tienen la misma solución. Da igual los pasos que realices, cómo hagas la cuentas, siempre tendrás el mismo resultado. 

Hay personas que pensarán que determinada cuestión es una rayuela y otros dilucidarán de lo mismo que es un problema de matemáticas. La actitud ante la vida y la experiencia convierten rayuelas en problemas de matemáticas y al contrario. La literatura te ayuda a eso, a reconocer rayuelas y convertirlas en problemas de matemáticas, haciendo de la ficción realidad. Cada vez que me expulsen de casa me acordaré de "Casa tomada" a pesar de que su lectura no me hiciera verlo en un primer momento. El primer lector de "Casa tomada" desestimó esta lectura, creyéndola sobrevalorada; el primer lector, la segunda vez que lo leyó, lo recordaba cada día que, por unas razones u otras, estaba en la calle, expulsado de su propio hogar. "No entender 'apreciar' los finales cortacianos es para gente que cree que tender una cama es siempre lo mismo que tender una cama."

Por todo esto, la lectura de la literatura, de la ficción es imprescindible. No solo mejora los sentidos y los pensamientos, no solo modifica conductas o reconoce errores; la ficción permite solucionar problemas, identificarlos, relacionarlos y convertirlos en problemas de matemáticas: genera experiencia. Por eso no podemos confundir leer con leer. 

Todo se reduce a identificar niveles, como el propio Ricoeur nos decía. Todo esto lo he simplificado, y así lo explico, en la idea de la piscina. En una piscina, en la superficie, se posan las hojas, bichos, suciedad en general. Si pesa mucho lo que se cae a la piscina (supongamos un anillo), cae al fondo y solo buceando podremos encontrarlo. Es muy cómodo leer y ver la basura desde fuera de la piscina, hay libros que te permiten eso; en cambio, los que te hagan bucear para encontrar su oro nos permitirán crear experiencias propias que generen problemas de matemáticas o descubran rayuelas. Pero te harán bucear, que no siempre es lo mismo que bucear. Asimismo, habrá miles de ocasiones en las que una lectura nos parezca un bicho sobre el agua y tranquilamente veremos, más adelante, otro día una gran obra que ha permitido convertir una rayuela en un problema de matemáticas, un problema de matemáticas mal resuelto en una rayuela o una rayuela en otra rayuela.

Así, cada vez que alguien lea "La tierra de Alvargonzález" podrá leer una leyenda popular de Soria, o podrá analizar el problema hereditario y agrícola de principios del siglo XX en España, o, incluso, podrá ver cómo la envidia rige el mundo. Da igual lo que pensara Machado en el momento de escribirla, lo importante es que alguien encuentre ese anillo en el fondo de la piscina. 

Y es que cada día cuesta más ver a jóvenes autores que publicando sus obras llegan a obtener el éxito merecido que tuvieron los que en su día vivieron de su literatura. Cuando Gabriel García Márquez escribió Cien años de soledad casi arruina a su familia. Carmen Ballcels dio a estos autores a través de su agencia lo que otros estaban quitándoles, luchó por el autor para que obtuviera sus mejores resultados y sus propios beneficios. Pero la sociedad del libro, que vive en una permanente adolescencia, ha adoptado sus beneficios y no sus responsabilidades, destrozando el mundo del libro y dejándolo en manos de Internet, donde nosotros hemos situado nuestra Primera Literatura Libre. Por eso, cuando oigo que el mundo del libro está en crisis, no me preocupa, porque la Literatura, el arte con palabras, es imprescindible y alguien dirá en algún momento que "tender una cama no es lo mismo que tender una cama", porque "tender una cama", para mí, hoy, es un problema de matemáticas y ayer, para ti, era una rayuela.

domingo, 6 de abril de 2014

EL SEXO, EL ADULTERIO Y EL AMOR EN LORCA Y EN LAILA RIPOLL. DE La casa de Bernarda Alba A Atra bilis

Tras la muerte del único hombre de la casa grande (José Rosario Antúnez Valdivieso y Antonio María Benavides), comienzan a aflorar los verdaderos sentimientos sexuales de un gran número de personajes femeninos: Adela, la criada, Martirio, Angustias, Magdalena y Amelia y Daría y Aurori basan su presente en una gran insatisfacción sexual; frente a la Poncia y Bernarda y Ulpiana y Nazaria que basan su existencia en el tener más que en el ser, marcando los estamentos de una fuerte sociedad rural. Aparte queda María Josefa, la madre de Bernarda, que insatisfecha sexual y espiritualmente desea huir: “¡Quiero irme de aquí, Bernarda! A casarme a la orilla del mar, a la orilla del mar” [1]


Ambas obras comparten muchas similitudes: si Angustias se hubiera casado con Pepe el Romano, tendría un gran parecido con Nazaria, única heredera de la casa grande y de los encinares; Adela y Daría están enamoradas del marido o prometido de su hermana mayor; y Martirio y Aurori, ambas discapacitadas (Martirio más enferma que discapacitada) sufren, porque no pueden tener el amor que sus hermanas se disputan. El origen de Atra bilis [2] no deja de ser un futurible de La casa de Bernarda Alba [3].


En el teatro español contemporáneo, el número de desnudos y situaciones sexualmente explícitas que hay en la escena es apabullante: desde el espectáculo XXX de La Fura dels Baus, de finales del siglo XX, sobre el Marqués de Sade, a otros espectáculos como The hole, (en cartelera desde 2010) –ejemplo mayúsculo de la popularidad que en el principio del siglo XXI ha ganado el Cabaret.
Ahora bien, el sexo ha estado siempre dentro del teatro, unido a la mujer en la mayoría de la ocasiones. Si bien es cierto que al hablar de Lorca es necesario recordar obras como El público, donde la homosexualidad aparece de forma patente o de otras obras como Así que pasen cinco años, donde aparece de forma latente, suele ser en el personaje femenino donde se encarnan las pasiones sexuales. La mujer experimenta un aumento de la libido (palabra llana, frente al “lívido”, adjetivo que significa morado) a partir de los treinta y el hombre a partir de los veinte. El mundo libidinoso de la mujer es el centro de un gran número de obras teatrales españolas, la insatisfacción forjada a fuerza de años ha hecho de la mujer una protagonista indiscutible del teatro español [4].


No obstante, el mundo literario español sostiene varios personajes masculinos adultos, cercanos a la vejez: el mítico ejemplo español es don Quijote, que desconoce a su amada; el señor Cayo de Miguel Delibes vive con su mujer, la cual ni habla ni se permite interrumpir a su marido, la soledad del matrimonio les impide cualquier tipo de relación paralela, aunque sea el señor Cayo quien abandone el pueblo en determinadas ocasiones; el Zapatero de Lorca, personaje que debe huir de su casa porque no soporta a su mujer; don Álvaro Mesía, el viejo que no tocaba a la Regenta, que la besaba en la frente por las noches y abandonaba en su habitación, donde ella lamentaba su soledad con la almohada; Crispín, protagonista de Jacinto Benavente, quien empuja al amor a Leandro y prefiere vivir acomodado en la tranquilidad económica, es un personaje que juega con todos, para crear esos intereses, y al primero que se los genera es a Leandro; o los tres grandes personajes de Valle-Inclán: el marqués de Bradomín, ese “feo, católico y sentimental”, con su contraplano en el Montenegro de las Comedias Bárbaras, que detesta a la mujer, huyendo de ella, o Max Estrella, que pasa su última noche deambulando por Madrid, abandonando a su mujer e hija a su propia suerte. 
A su vez, hay mujeres mayores dentro de la literatura española; en La Regenta, la madre de Fermín de Pas, madre del Magistral, una mujer seca que fuma puros, contrata a las criadas que le gustan a su hijo, olvidando su necesidad a cambio de dinero; la madre de Urbano, de Ramón Pérez de Ayala, es una mujer que huye del conocimiento científico, hasta huir de la misma naturaleza humana de la reproducción, y consigue que su hijo no sepa qué es el sexo, obteniendo una carrera en Derecho; la Celestina, poco hay que decir de ella, resumámoslo en las palabras de Pármeno: “Si, yendo entre cien mujeres, se escucha una voz que grita: «¡Puta vieja!», enseguida vuelve ella la cabeza y responde alegremente.”; las cuñadas de Divinas Palabras, que tratan al sobrino sin ningún tipo de amor, buscando de él solo el dinero; la estanquera de Vallecas, que con el síndrome de Estocolmo más comprendido, es capaz de secuestrar a sus secuestradores.
Esta caterva de personajes nos hace ver que la literatura española marca la latencia sexual de una forma explícita, y esto también aparece tanto en La casa de Bernarda Alba, como en Atra bilis. Las mujeres que llenan el escenario de estas dos obras  se dividen en esta especie de latencia marcada por la espera del despertar sexual y por la obtención de los placeres que no han sabido recibir. Cuando personajes de estas obras que nos ocupan usan expresiones como “Claro y 'por esperar marido caballero, me llegan las tetas al braguero'” [5] “Yo no quería. He ido como arrastrada por una maroma” [6], realmente lo que están marcando es la necesidad física que le produce la insatisfacción sexual. La mujer en estas dos obras se deja en un devenir continuo, se pierde por conversaciones de hermanas que olvidan y recuerdan su parentesco continuamente: “Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca” [7] o “Dichosa ella mil veces que la pudo tener” [8]; “Señora ama, por el amor de la chinche, que el hermano ayuda y el cuñado acuña” [9] o “Bien envidiosa que estás, que la tonta lo pudo disfrutar y tú no” [10]. Este quererse y odiarse que nace del adulterio permite que la latencia teatral muestre su estado al final de la obra, generando la muerte.
Ahora bien, si algo hemos aprendido en todos estos años, si algo habría aprendido Angustias o si algo sabe Nazaria es que las hermanas se mantienen juntas y son capaces de odiarse en la juventud y perdonarse en la vejez. Martirio prefiere ver muerta a su hermana antes que disfrutando de Pepe el Romano, no soporta oír a su hermana decir que él la quiere a ella. Daría, en cambio, se ha acostumbrado a saber que nunca será querida, ha aprendido a cuidar de su hermana a la que en su momento quiso matar, a cuidar a su hermana pequeña, a protegerla de los demás y de sí misma. Daría y Martirio llevan en su penitencia su dolor; saben que por más años que pasen siempre serán las mujeres que desean al hombre de otra mujer. Tienen el corazón endurecido porque no les queda ni el adulterio, que se convierte en una solución a esa latencia inicial que marcábamos. De La casa de Bernarda Alba a Atra bilis han pasado setenta años, una guerra, una dictadura, una transición y una Segunda Restauración. El propio subtítulo de ambas obras nos marca cómo hemos cambiado algo, nunca lo suficiente, y cómo la mujer está esperando, en un continuo estado de latencia. Del Drama de mujeres en los pueblos de España de Lorca, hemos pasado al Cuando estemos más tranquillas… de Laila Ripoll, donde se marca claramente que ante la muerte de José Rosario Antúnez Valdivieso la mujer pasa su periodo de latencia y pierde el drama al que la España rural le ha sometido.



[1] Final del acto segundo. En el enlace, minuto 33:30.
[2] Los fragmentos del artículo están sacadas de la obra: Premio “María Teresa León” 2000, de Publicaciones de la Asociación de directores de escena de España, de febrero de 2001.
[3] Los fragmentos del artículo están sacados del Teatro completo IV de la editorial Debolsillo, de junio de 2004.
[4] El castellano tiene su origen en la influencia del árabe y del cristianismo, generando una lengua machista en la mayoría de sus acepciones. Véase Historia de la lengua española, de Rafael Lapesa, editorial Gredos: “Los árabes y el elemento árabe en español” y “El primitivo romance hispánico”.
[5] Nazaria en la página 187.
[6] Adela, cerca del final del acto segundo.
[7] Adela, cerca del final de la obra.
[8] Martirio, cerca del final de la obra.
[9] Ulpiana en la página 194.
[10] Nazaria en la página 227.