jueves, 31 de julio de 2014

Ejemplo de una piscina: The Catcher in the Rye

Antes de comenzar a leer este post, debes saber que el objetivo que tenemos es el de destripar El guardián entre el centeno, así que si aún no te lo has leído, vuelve a nacer y, cuando tengas dieciséis años, léetelo.

La traducción que tenemos en castellano es de Carmen Criado. Para todas las críticas, aleluyas y desprestigios sobre esta traducción ya hubo un congreso de lingüística y traducción: Actas del VI Congreso de Lingüística General de Santiago de Compostela. Así que no vamos a repetir lo que ya se dijo, ni vamos a analizarlo, ni a resumirlo, porque ya lo hizo la profesora Cristina Gómez de Castro en dicho congreso en "El guardián entre el centeno o cómo traducir a Salinger sin ofender la moral patria".
A nadie nos pilla por sorpresa cómo era la España de los años sesenta, lo que aún no nos explicamos es cómo es posible que a estas alturas del siglo XXI aún no se haya analizado un personaje como el de Holden teniendo en cuenta la traducción que hizo Carmen Criado.
La traducción al español nos deja, como un aspecto casi anecdótico, un hecho prioritario: Holden ha sido violado repetidas veces por adultos a lo largo de toda su vida. He aquí el vacío más relevante.
Dice la traducción:

De pronto ocurrió algo. No quiero ni hablar de ello. No sé qué hora sería, pero el caso es que me desperté. Sentí algo en la cabeza. Era la mano de un tío. ¡Jo! ¡Vaya susto que me pegué! Era la mano del señor Antolini. Se había sentado en el suelo junto al sofá en medio de la oscuridad y estaba como acariciándome o dándome palmaditas en la cabeza. ¡Jo! ¡Les aseguro que pegué un salto hasta el techo!
-¿Qué está haciendo?
-Nada. Estaba sentado aquí admirando…
-Pero, ¿qué hace? -le pregunté de nuevo. No sabía ni qué decir. Estaba desconcertadísimo.
-¿Y si bajaras la voz? Ya te digo que estaba sentado aquí…
-Bueno, tengo que irme -le dije. ¡Jo! ¡Qué nervios!
Empecé a ponerme los pantalones sin dar la luz ni nada. Pero estaba tan nervioso que no acertaba. En todos los colegios a los que he ido he conocido a un montón de pervertidos, más de los que se pueden imaginar, y siempre les da por montar el numerito cuando estoy delante.
-¿Que tienes que irte? ¿Adónde? -dijo el señor Antolini.
Trataba de hacerse el muy natural, como si todo fuera de lo más normal, pero de eso nada. Se lo digo yo.
-He dejado las maletas en la estación. Creo que será mejor que vaya a recogerlas. Tengo allí todas mis cosas.
-No tengas miedo que no va a llevárselas nadie. Vuelve a la cama. Yo voy a acostarme también. Pero, ¿qué te pasa?
-No me pasa nada. Es que tengo el dinero y todas mis cosas en esas maletas. Volveré enseguida. Tomaré un taxi y volveré inmediatamente.
¡Jo! No daba pie con bola en medio de aquella oscuridad.
-Es que el dinero no es mío. Es de mi madre.
-No digas tonterías. Holden. Vuelve a la cama. Yo me voy a dormir. El dinero seguirá allí por la mañana.
-No, de verdad. Tengo que irme. En serio.
Había terminado de vestirme, pero no encontraba mi corbata. No me acordaba de dónde la había puesto. Dejé de buscarla y me puse la chaqueta sin más. El señor Antolini se había sentado ahora en un sillón que había a poca distancia del sofá. Estaba muy oscuro y no se veía muy bien, pero supe que me miraba. Seguía bebiendo como un cosaco porque llevaba su fiel compañero en la mano.
-Eres un chico muy raro.
-Lo sé -le dije.
Me cansé de buscar la corbata y decidí irme sin ella.
- Adiós -le dije-. Muchas gracias por todo. De verdad.
Me siguió hasta la puerta y se me quedó mirando desde el umbral mientras yo llamaba al ascensor. No me dijo nada, solo repetía para sí eso de que era "un chico muy raro". ¡De raro, nada! Siguió allí de pie sin quitarme ojo de encima. En mi vida he esperado tanto tiempo a un ascensor. Se lo juro.
Como no se me ocurría de qué hablar y el seguía clavado sin moverse, al final le dije:
-Voy a empezar a leer libros buenos. De verdad.
Algo tenia que decir. Era una situación de lo mas desairada.
-Recoge tus maletas y vuelve aquí inmediatamente. Dejaré la puerta abierta.
-Muchas gracias -le dije-. Adiós.
Por fin llegó el ascensor. Entré en él y bajé hasta el vestíbulo. ¡Jo! Iba temblando como un condenado. Cosas así me han pasado ya como veinte veces desde muy pequeño. No lo aguanto.


Queda claro que Holden ha sido violado en más de una ocasión y "desde muy pequeño". No obstante, al común de los lectores este hecho les pasa casi desapercibido. No quedaría en más que un: "en España no saben leer", si no fuera porque en el original añade algo que la buena de Carmen Criado no puso:

"Thanks a lot," I said. "G'by!" The elevator was finally there. I got in and went down. Boy, I was shaking like a madman. I was sweating, too. When something perverty like that happens, I start sweating like a bastard. That kind of stuff's happened to me about twenty times since I was a kid. I can't stand it.

Si nos damos cuenta hay algunas oraciones que se han perdido por el camino. Desde aquí, hemos obtenido la traducción de la profesional Cora Tiedra:

Por fin llegó el ascensor. Entré y bajé. Tío, estaba temblando y sudando como un loco. Cuando sucede alguna perversión así, empiezo a sudar como un hijo de puta. Ese tipo de cosas que me ha pasado cerca de veinte veces desde que era un niño. No puedo soportarlo. 
 
La ausencia de esta frase nos quita una de las cosas más relevantes del libro. Holden tiene asimilado un comportamiento ante estas situaciones. No es solamente el temor, la incertidumbre o la impericia descritas mientras busca la corbata. No. Holden suda cuando alguien intenta abusar de él y sabe que suda. De hecho, suda como un "hijo de puta", un "bastard".
El lector español va odiando, poco a poco, a ese adolescente con arranques de infantilismo. Ahora bien, de repente, cuando ya nos parece un completo imbécil, que no tiene "ganas de contar nada de eso" y nos lo está contando, vemos cómo el joven Holden con esta novela nos está haciendo un perfecto ejercicio de sicoanálisis. Rebusca en su pasado para decirnos qué es lo que quiere hacer en su futuro y por qué es así en su presente. Holden es así, porque sus padres no se preocupan por él, porque se siente solo, por la pérdida de su hermano y el mito caído del otro hermano; pero, sobre todo, es como es porque le han violado, "unas veinte veces desde que es pequeño". Es en este momento, cuando entendemos que cuando llama a la prostituta, él solo quiera abrazarla. Ella es uno de los niños que se caen por el precipicio, es una de las personas a las que quiere salvar.
Su presente nos queda claro desde el principio: no quiere estudiar, pero se considera un genio, no quiere enfrentarse a sus padres, ni al hecho de que no tiene nada a lo que aferrarse de cara al futuro, pero se considera muy maduro, quiere tener sexo, pero no se atreve... Estas dicotomías aparecen durante toda la novela, cuando, en realidad, lo que trata de mostrarnos es cómo la sociedad ha pervertido a la juventud hasta el punto de abandonarla a su putrefacta suerte. Es por esto por lo que The Catcher in the Rye es una novela existencial. Es un Pascual Duarte, es el extranjero de Camus, es Andrea, y especialmente es Pedro, el primer niño de Delibes que en la segunda parte de la novela decide irse al mar y no relacionarse con nadie. Pedro no quiere proteger a nadie, al contrario; lo que nos acerca un poco más a las diferencias entre la España de posguerra y Estados Unidos (hay una diferencia de dos años entre las dos obras, Delibes de 1949 y Salinger de 1951).
Salinger promulga una queja de la sociedad del bienestar, donde la sociedad se concibe como una eterna menor de edad. Delibes, en cambio, acepta, se resigna y se va al mar, lejos de su sociedad (como hicieron otros tantos de españoles).
Pero claro, no olvidemos que Salinger nos ha ofrecido un pozo de potencial infinito, una piscina sin fondo, que ofrece tres lecturas: el sicoanálisis de Holden, la sociedad que es menor de edad y la crítica a la sociedad del bienestar. Y por supuesto, El guardián entre el centeno puede seguir siendo un chico que solo repite "jo".